A nadie en los años 70 en plena eclosión de los pantalones de pata de elefante ( hoy más conocidos como palazzo) se le hubiera ocurrido ir por la vida enfundado en unos leggins, y en los 80 los únicos que se vestían de hipsters eran los repelentes de clase. Hoy, sin embargo las calles son una tómbola de luz y de color en la que cada uno se ha puesto lo que mejor le ha parecido, atendiendo más a la comodidad y a lo que nos hace sentirnos bien que a los parámetros que ha marcado para este invierno Donatella Versace
Si alguna vez ha sido cierto lo de que para gustos los colores, es ahora, cuando se mezclan en apenas cuatro metros de acera minifaldas de un palmo con chándales de todos los colores incluido el carioca que es ese que no se sabe muy bien de qué color es; camisetas de lentejuelas con plumíferos; pantalones de todas las longitudes y hechuras posibles; sandalias en invierno con bota militar en agosto… ¿alguien, echando un simple vistazo a cualquier calle céntrica y sin más información que esa puede decir qué es y qué no es lo que está de moda?. La respuesta es no. La Moda con mayúscula ha dejado de ser la tirana que marcaba los cánones inapelables que la gran mayoría obedecíamos dentro de nuestras posibilidades, para limitarse a mangonear mayormente en el guardarropa de quienes viven, además de trabajar, cara al público.
Ya pueden decir misa los grandes modistos, los más vanguardistas, los más admirados. Ya pueden las influencers forrarse a flashes con su «street style» con el que luego nadie ( ni ellas) se atreve porque es muy poco práctico ir a trabajar en metro o al supermercado con sombrero y botines blancos. La Moda, como tradicionalmente se venía conociendo, ha muerto, y si, tal y como parece, cada vez somos más conscientes de que no está el planeta para andar tirando ropa cada temporada porque alguien decide que no se lleva, y que reciclar es mucho más creativo, sensato y barato, sus posibilidades de resucitar con el poderío de antaño son nulas. Y para darse cuenta no hay que ojear las revistas, ni seguir ningún blog, que son al fin y al cabo los reductos en los que resiste: solo hay que salir a la calle.